¿Qué significa pensar la modernidad?
Por David Wiehls
El pensamiento de Quentin Meillassoux podría resumirse como un proyecto de pensar el resultado de dos acontecimientos fundamentales de la modernidad europea: el nacimiento de la ciencia entendida como matematización de la naturaleza, y la crisis de una metafísica obcecada con explicar el deber-ser-así del mundo. O lo que es lo mismo: el gran problema que motiva la obra de Meillassoux es el carácter paradójico de la modernidad. Decimos que es paradójico porque a pesar de que la revolución copernicana marcará la dirección del pensamiento moderno, desde la perspectiva de Meillassoux ciencia y filosofía irán en sentidos contrarios.
Pero, ¿qué significa pensar la modernidad? Si hay un vestigio en el pensamiento contemporáneo del proyecto ilustrado, entendiéndolo como culmen de la modernidad, este es sin duda el intento por seguir respondiendo a las tres preguntas kantianas: “¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar?”. Y es que si algo define al realismo especulativo y -lo que podríamos llamar su “ala política”- el aceleracionismo, es el atreverse a dar una respuesta positiva a estas preguntas en lugar de tratar de deconstruirlas (como posiblemente tratarían de hacer las últimas formas de filosofía continental o “posmoderna”).
Pensar la modernidad, para Meillassoux al menos, es buscar una respuesta a estas preguntas bajo el paraguas del “imperativo copernicano”. Esto signfica: desde una filosofía que afirma el descentramiento entre ser y pensamiento. Una filosofía que entiende que este descentramiento auspiciado por los planteamientos radicales de Copérnico y Galileo no destituyen al ser humano de su supuesto lugar privilegiado. Antes bien, suponen la renuncia a la idea de que nuestra especie se encuentra en un “basurero sublunar” (en palabras de Meillassoux). Supone entender que la posibilidad de nuestro saber pasa por introducir lo desconocido como motor del conocimiento, lejos de las jerarquías metafísicas y cosmológicas que nos aseguran un origen y un final reconfortantes.
Pensar la modernidad, al fin, es un imperativo histórico para occidente. Al menos si queremos asumir plenamente nuestra “mayoría de edad” (como diría Kant) y las responsabilidades que eso comporta en el campo del saber, y sobre todo de la política. Porque este ejercicio de pensamiento es un camino filosófico que nos abre a un futuro más allá de nuestra finitud como especie. Ante la tendencia generalizada a asumir el colapso como único futuro posible, volvernos hacia atrás y pensar qué supuso la modernidad para nuestra civilización, recuperar sus virtudes, es el único modo de repetir ese acontecimiento emancipador[1]. Parafraseando a Rosa Luxemburgo, el presente eterno en que nos encontramos nos enfrenta a esta dicotomía: “modernidad o colapso”.
[1] Debo esta idea a mi camarada Martín Aulestia. Un abrazo a ti y a tu pueblo en estos momentos de lucha.