Avanessian, o cómo el futuro nos descubre una realidad desquiciada

Por David Wiehls

 

La posición de Armen Avanessian en relación al realismo especulativo es probablemente una de las más curiosas. No es de extrañar que tras 13 años desde la célebre conferencia en Goldsmiths que dio nombre al movimiento, la mayoría de sus componentes se hayan dedicado más a resaltar sus diferencias, no sólo entre ellos, sino incluso respecto a la denominación que pretendía reunirlos en un conjunto más o menos coherente, que a crear una “escuela” filosófica unificada. El resultado de ello es que al decir “realismo especulativo” hoy nos estamos refiriendo a escuelas de pensamiento muy diversas y a veces incluso antagónicas (véase por ejemplo la postura de Meillassoux ante la OOO de Harman o el neovitalismo de Grant). Si queda alguien que todavía puede llamarse “realista especulativo” sin añadir después toda una retahíla de incisos y diferenciaciones ante ello, es Avanessian.

Si digo que Avanessian es quizá el único que puede llamarse todavía “realista especulativo” es porque es también el único que va más allá de ver en ese epíteto un paraguas para todos aquellos filósofos que han tomado el desvío del giro ontológico, evitando la carretera sin salida de la posmodernidad –si es que ésta es algo más que un mito yankee, resultado de las deformaciones interpretativas de lo que llaman french theory.

Para Avanessian, no se trata de reinvindicar una postura “realista” contra los “desvaríos posmodernos” y tildar esta postura de “especulativa”. Antes bien, es un “realista especulativo” precisamente porque identifica en los pujantes límites históricos de la sociedad (nanotecnología, finanzas especulativas, cibernética, teoría de la información, arte contemporáneo...) una realidad que ha abandonado toda linealidad productiva y temporal. Ya no vivimos en un mundo cuya historia progresa linealmente, y mucho menos una historia determinada por la agencia humana. Se ha vuelto completamente imposible descomponer nuestro presente en un conjunto de problemas cuya solución daría la clave para la mejora de la sociedad y el control sobre –o al menos esclarecimiento de–  los acontecimientos que nos suceden. Y he ahí donde se encuentra la matriz especulativa del proyecto de Avanessian.

Lo que encontramos hoy es un time complex, una temporalidad especulativa que opera a base de diversos procesos recursivos, loops que interactúan entre ellos desde diversos estratos de la realidad. Aunque sigamos cautivados por el sueño estético del presentismo –sólo existe el aquí y ahora– realmente nos encontramos sumergidos en una cronomanía desquiciada que nos hace experimentar un (futuro-)presente que no es más que la respuesta paranoica y preventiva a un (presente-)futuro que sólo puede aparecerse como amenazador y terrible.

El desarrollo de algoritmos y redes neuronales para la predicción de eventos futuros ha generado un entorno maquínico completamente alienado de nuestra experiencia cotidiana en que todos los niveles de la acción y producción son utilizados como terrenos de recolección de datos para más predicciones y sugerencias cuyos procesos subyacentes nos son ya casi incomprensibles. El futuro es creado demasiado rápido para que podamos entenderlo. La historia que un día pensamos que era cosa del ser humano ha devenido ahora el efecto de una tecnociencia que trabaja sin necesidad de seguir nuestro ritmo biológico. Hemos perdido el control de nuestro porvenir, así que no es de extrañar que se nos revele como totalmente desconocido. Y como decía Lovecraft, el más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido. El futuro preventivo al que reaccionamos, según el diagnóstico de Avanessian, no es como aquel que predecían los precogs en Minority Report. No se trata de evitar el crimen futuro de algunos individuos. La paranoia contemporánea consiste en percibir el propio futuro como esencialmente criminal contra el presente y, por ende, contra la humanidad. No es de extrañar entonces que el sueño de algunxs sea huir justamente de su condición humana. Puede que, en el transhumanismo y otras variantes, se encuentre la esperanza de que funcione el “si no puedes vencerlos, únete a Ello” (¿quizá al Inconsciente Maquínico de Land?).

La relación de Avanessian con el realismo especulativo es curiosa porque más allá de, como dije, identificar efectivamente nuestro presente-futuro-presente como una “realidad especulativa”, parece ser además el díscolo de la escuela. No en vano reclama reinterpretar el post-estructuralismo en clave ontológica, en lugar de abandonar por completo las consideraciones del lenguaje. Así, llega a decir que el (gran) error de ambos giros (ontológico y lingüístico), consiste precisamente en concebir el lenguaje como arbitrario y no-referencial –uno de los grandes reclamos de Meillassoux, todo sea dicho, aunque sea meramente respecto a los lenguajes formales–. Al contrario, considera la literatura justamente como un “laboratorio de investigación no-arbitraria del lenguaje” y reconoce un enorme “potencial especulativo y ontológico” en la teoría lingüística. Desde luego, no se encuentran afirmaciones de este tipo en autores como Harman, Grant, Brassier o Meillassoux –lo cual puede ser una marca de ingenuidad teórica más allá de sus aportaciones filosóficas–.

Pero lo que verdaderamente hace de la relación de Avanessian con este movimiento algo curioso, y que subyace al resto de cuestiones, es la relevancia de la hiperstición en su obra. Podríamos incluso decir que la poética especulativa de Avanessian es un intento de poner los pies en la tierra a toda una producción teórico-ficticia con origen en Nick Land y el CCRU. Este concepto, que pretende nombrar el hecho de que algunas ficciones devengan reales al producir efectos equivalentes a los que se darían si dicha ficción fuese real, es el que permite articular y analizar el time complex, el que hace de su obra un ejercicio especulativo al estudiar cómo diversas temporalidades se afectan mutua y no-linealmente cual espejos deformados.

Y justamente digo que la relación es curiosa porque, tal y como afirma Abraham Cordero, si “el CCRU es la pista de baile de la celebración de un culto a la muerte, el realismo especulativo es la resaca del día siguiente, la resaca de unos autores vapuleados por tratar de seguir un camino que sólo Nick Land será capaz de continuar, mas, como veremos, no concluir”[1]. Ciertamente, basta con acercarse a la obra de Land y la teoría-ficción del CCRU para comprobar que de ahí provienen todas las problemáticas con las que el realismo especulativo trata de lidiar desde distintos frentes, aunque irónicamente nunca se encuentran referencias directas. Avanessian en cambio es el único que ha trabajado ese concepto central que es la hiperstición (habiendo incluso realizado una película-documental con el mismo nombre junto al director berlinés Christopher Roth, y cuya presentación es el motivo de su viaje a Miami narrado en Miamificación).

Así, mientras unos parecen intentar olvidar los tecno-desvaríos anfetamínicos del CCRU, haciendo como si nada hubiese pasado, Avanessian parece hacer el ejercicio teórico contrario, preguntándose si acaso, entre tanto éxtasis cibernético a ritmo de jungle, hubieron algunas intuiciones que, desde una perspectiva más materialista y menos ficcional, pudieran asemejarse a algo así como una nueva crítica de la economía política especulativa.

[1] Cordero, A., Aceleracionismo, tragedia y sentido, Universidad de Barcelona, 2019, p. 29 (inédito).

MARISA ARRIBAS