El Arte y la micropolítica materialista. De lo cotidiano y sus materiales
Por Federica Matelli
En libros como Cultura de consumo y posmodernismo y La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico, historiadores y sociólogos como Featherstone y Lipovesky y Serroy se han encargado de trazar la genealogía de la relación entre lo cotidiano y la cultura, que conduce a la «estetización de la vida cotidiana» en la época contemporánea. Estos autores evidencian el papel que han desempeñado las vanguardias de principios del siglo XX frente a las industrias culturales ‒y la industria en general‒ y reconocen en ellas una interfaz entre la «baja» y la «alta» culturas en los albores de la sociedad de consumo, que habría operado sobre todo de abajo arriba. Además describen los procesos de vampirización del arte por parte de la industria y de los procesos comerciales y para el consumo. Por otro lado, y puesto que la vida cotidiana de los individuos está colonizada por el mercado y la estetización es el método usado por este para seducir, persuadir, manipular y vender a los sujetos, para muchos el arte, que se encuentra en el mismo campo estético, se configura como posible espacio, instrumento y arma de resistencia política. Es en este momento cuando nace la reflexión acerca del valor político del arte, del arte como institución, de la función de la institución artística, y de su formación, por ejemplo en las prácticas situacionistas. Pero de los deseos del arte de salir de su espacio autónomo deriva también su contradicción. La «estetización de la vida cotidiana» es la condición que permite, a partir de las intuiciones situacionistas, que el arte salga de la institución artística y aspire a actuar como espacio crítico dentro de la misma vida cotidiana, aunque no logrará los efectos esperados. Cualquier intento de resistencia y revolución cultural será reabsorbido por el sistema: por ejemplo, la estética de los mismos artistas situacionistas fue fagocitada primero por la industria musical (la estética punk) y luego a su vez por la industria de la moda.
Habida cuenta de la voracidad del mercado, de su invasión en todos los aspectos de la vida, de los mecanismos de producción y consumo de la sociedad capitalista actual y de su cultura, y considerando, además, que el arte es parte integrante de ellos y de sus procesos, la principal conclusión que se desprende es que resultan necesarios un análisis y una crítica de las aspiraciones políticas y contestatarias del arte contemporáneo, así como un replanteamiento del valor político de la práctica artística. Se propone entonces el giro realista/materialista y especulativo en el pensamiento contemporáneo como respuesta crítica a la «estetización de la vida cotidiana». Estas nuevas tendencias en la filosofía desarrollan una crítica del pensamiento posmoderno, visto como una deriva idealista de la cultura del siglo XX por su focalización en los aspectos inmateriales, lingüísticos y simbólicos de la cultura. A ese enfoque se contrapone un nuevo materialismo, con raíz filosófica en el realismo/materialismo especulativo de autores como Quentin Meillassoux, Graham Harman o Levy Bryant, que se centra en los aspectos materiales y científicos de la realidad, es decir, en los objetos existentes. Por lo que respecta en concreto a la teoría política, se propone como posible vía de escape el aceleracionismo de izquierda, que recoge sus fundamentos en el #Accelerate. Manifiesto para una política acceleracionista de Alex Williams y Nick Srnicek. Dicho manifiesto surge del propio ambiente intelectual del realismo/materialismo especulativo, reunido en torno a la revista inglesa Collapse, y propone la recuperación de los sueños progresistas y un cambio político desde el mismo seno de la materialidad capitalista. Este giro realista y materialista en el pensamiento permite nuevas conclusiones acerca de lo cotidiano en la sociedad consumista actual, que a partir de la década del 2000 está marcada sobre todo, por un lado, por la llegada de internet y de la tecnología digital, y, por otro, por una nueva materialidad sintética.
Las nuevas teorías filosóficas realistas/materialistas especulativas, el manifiesto aceleracionista y, más allá de aquellas, el contexto más amplio del nuevo materialismo centran su atención en los aspectos materiales de la cultura, de la economía y de la política actuales y reconducen la mirada hacia los objetos, la producción, el trabajo y las infraestructuras, desde una perspectiva que recuerda a las interpretaciones de la tendencia más economicista del marxismo, preocupada más bien por los medios de producción (las tecnologías de producción) y por los aspectos productivos (y su papel de mediación entre lo humano y la naturaleza), más que simbólicos. De esta manera minan la hegemonía y quitan protagonismo a las cuestiones superestructurales, lingüísticas («crítica de la representación») o de producción de subjetividades, centrales para la tendencia sociologista del marxismo y para las problemáticas posmodernas. Esta modificación en el seno de la cultura se podría explicar por su relación con el periodo de profunda y prolongada crisis en el que el capitalismo posfordista está sumido y que ha registrado su pico máximo en la crisis financiera de 2008, acompañada por la crisis ecológica, la imposibilidad de que la «política» y los estados nacionales continúen funcionando como instancias reguladoras de la economía y de la sociedad y la crisis de la relación entre los sexos. Y, sobre todo, la principal consecuencia de estas circunstancias, el desempleo desbordante, ha vuelto a poner sobre la mesa problemas como el trabajo, la organización del trabajo, su relación con los medios de producción y el consumo. Estas problemáticas han estado latentes, pero han sido sistemáticamente olvidadas en los últimos treinta años por la teoría crítica, que sostenía que el problema fundamental del capitalismo era la manipulación de las subjetividades con el fin de crear sujetos dóciles destinados al trabajo. En realidad, como ya había intuido Anselm Jappe en las conclusiones acerca del pasado y el futuro de la teoría crítica en su magistral libro sobre Guy Debord y la Internacional Situacionista (1993): «La verdad es que hoy en día el problema central para el capital es que no sabe qué hacer con la inmensa mayoría de la humanidad, a la que no necesita ya como trabajo vivo, dado el grado de automatización de la producción».