Romper el código trascendental: manual para viajes temporales “de otro tipo”

Por: David Wiehls

«Sin embargo, [Templeton] describe la Crítica de la Razón Pura como un manual para los viajes temporales, aunque unos de “otro tipo”. Templeton hace uso del sistema de Kant como una guía para manipular la síntesis del tiempo. La clave es el secreto del Esquematismo, el cual […] concierne únicamente al inefable Abómeno del Afuera (Nihil Ulterius). En la exterioridad, donde opera el tiempo, esa parte más profunda de ti no tiene nada que ver con lo que eres».

Este párrafo acerca del Episodio Templeton resulta, a la vez que hermético, clave para la comprensión que el CCRU tiene del problema de la temporalidad, quizá el más fundamental de todas sus especulaciones teórico-ficcionales. Es hermético, sin duda, ya simultáneamente introduce el tiempo kantiano en un contexto propio de la sci-fi (¿qué pueden ser aquellos viajes temporales de “otro tipo”?) y aplica sobre él una torsión conceptual horrorosa que dota a Kant de una efigie monstruosa (el inefable Abómeno del Afuera que acecha ante las especulaciones de Templeton). Pero, decimos, también es clave dado que nos indica exactamente el lugar donde encontrar la clave de este problema: el Esquematismo, la función mediadora entre sensibilidad y entendimiento. Nuestro objetivo aquí es iniciar una pequeña exégesis de este fragmento con el fin de clarificar el manejo que el CCRU hace del tiempo en sus Escritos.

Comencemos contextualizando el problema. En primer lugar, como hemos dicho, el Esquematismo opera como la función que permite conectar las formas puras de la sensibilidad a los conceptos puros del entendimiento, presuponiendo así todo el desarrollo previo de la Estética y la Lógica Trascendental. La cuestión es entonces por qué razón reaparece el tiempo, que pareciera en un principio limitado a los confines de la sensibilidad, en este segundo libro de la Analítica que abre con el Esquematismo. En segundo lugar, cabe preguntarse por la relación entre el Esquematismo (y por ende, todo lo que presupone) y la dupla interior/exterior, para así dar cuenta de cómo opera el tiempo en este marco. Como veremos, no puede responderse separadamente ambas cuestiones, sino que en solamente en su entrelazamiento podremos encontrar una luz que guíe nuestro análisis.

El tiempo es problematizado por primera vez en la KrV en la Estética Trascendental, dedicada a las formas puras de la intuición, es decir, a los a priori necesarios para que la conciencia pueda tener experiencia fenoménica del mundo, las condiciones para toda experiencia sensible posible. Dos cuestiones son importantes aquí. La primera es que, en tanto formas a priori de la intuición, espacio y (especialmente) tiempo no refieren a la diversidad de las intuiciones respecto al contenido fenoménico, sino a la diversidad propia de estas formas puras. O lo que es lo mismo, cuando Kant dice que “la representación tiempo debe estar, pues, dada como ilimitada” (Kant, KrV, A32/B47), esto puede ser leído como indicando que la diversidad propia del tiempo qua intuición inmediata es distinguible de la diversidad de lo que está en el tiempo. Es decir, la perspectiva trascendental abre ya una grieta entre aquello interno al tiempo (los fenómenos que se intuyen sensiblemente como estando en el tiempo y que son inmediatamente diversos) y aquello externo al tiempo, pero no en un sentido clásico (es decir, como la eternidad), sino como el tiempo mismo en su trascendentalidad, que es en sí mismo diverso. Y esto porque la forma del tiempo (y Kant no para de repetir, el tiempo es la forma de la intuición, el sentido interno, la condición formal a priori de todos los fenómenos), en tanto que condición de todos los fenómenos, ha de posibilitar su diversidad.

La segunda cuestión importante es que, como sabemos y hemos adelantado, el espacio posee un lugar de algún modo subordinado al tiempo, ya que mientras aquél es forma pura de la intuición externa, éste es forma pura de la intuición incluso en la ausencia de objetos externos. Esto es, el tiempo condiciona también nuestra intuición de las representaciones, las cuales son siempre de carácter temporal (primero me represento esto, luego aquello…). Se produce así una temporalización del pensamiento que introduce aquella brecha interno/externo del tiempo dentro del propio sujeto, que queda pues escindido. Esto, que aquí sólo queda sugerido, será tratado en la Analítica Trascendental como la paradoja del sentido interno. Esta paradoja proviene del modo en que nos manifestamos a nosotros mismos, que requiere que nos intuyamos interiormente afectándonos, por lo que el sujeto se desdoblaría entre la pasividad de la sensibilidad, que es receptiva, y la actividad o espontaneidad del entendimiento. Ahora bien, la síntesis que unifica la diversidad de las intuiciones en una unidad representativa o conceptual por parte del entendimiento sólo puede operar con intuiciones en el tiempo. De lo que se trata aquí, sin embargo, es de la síntesis de la diversidad del tiempo como sentido interno, es decir, la síntesis misma del tiempo en su diversidad. Así, la función trascendental del tiempo como productora de la diversidad interna al tiempo requiere, para su síntesis, de una función trascendental propia del entendimiento que permita unificar la exterioridad del tiempo (o el tiempo mismo). Esta función es la que Kant asignará a la imaginación, denominando síntesis trascendental de la imaginación al proceso de unificación del tiempo como forma pura.

Vemos que estos procesos sintéticos resultan puramente vacíos, ya que todavía no lidian con el contenido fenoménico de las representaciones, sino que constituyen las operaciones mismas que dan lugar al ámbito fenoménico. Son vacíos porque son externos a las representaciones. Resulta de ello que el gran descubrimiento de Kant del dominio trascendental va acompañado de una reestructuración de la dicotomía entre lo interno y lo externo: lo interno ya no es aquel dominio seguro y certero de la autoconciencia cartesiana, ni lo externo se identifica meramente con lo extenso. Antes bien, lo interno es aquello que se produce dentro del tiempo y, por tanto, es interno al ámbito fenoménico, mientras que lo externo resulta idéntico a lo trascendental.

Por ello puede afirmar Kant que “el objeto trascendental permanece desconocido para nosotros” (Kant, KrV, A46/B63), puesto que lo trascendental, en tanto que condición a priori para toda experiencia posible, escapa al ámbito del conocimiento, que únicamente es fenoménico. Sabemos que existe, pero no podemos conocerlo. Sin embargo, sí podemos aventurar algo: ese objeto trascendental, que efectúa el acto por el cual nos manifestamos a nosotros mismos, resulta idéntico al sujeto trascendental. Mientras que el ego empírico es aquel del que tenemos conciencia, el Yo trascendental, aquel de la originaria unidad sintética de la apercepción, es el objeto (en tanto que externo a nuestra experiencia fenoménica) que nos afecta desde el exterior. Este objeto es el más paradójico: sujeto y objeto al mismo tiempo, pero sin identificarse plenamente con ninguno de ellos, uno y múltiple, vacío en tanto que trascendental, pero capaz de actuar sobre nosotros. Como dice Anna Greenspan, “mientras que el Ego marca la interioridad del sujeto, el Yo solamente puede ser definido como la exterioridad del tiempo”[1]. Pero sobre ello volveremos más adelante. De momento, ya tenemos las piezas necesarias para comprender la función del Esquematismo y su relación con el tiempo a través de la síntesis trascendental de la imaginación.

Afirma Kant que “la imaginación es una facultad que determina a priori la sensibilidad” (Kant, KrV, B152), y en tanto que ésta es “la facultad de representar un objeto en la intuición incluso cuando éste no se halla presente” (Kant, KrV, B151), lo que vemos es que tal síntesis trascendental no hace sino determinar el campo de la experiencia posible, conformando la exterioridad del Tiempo a la forma del sentido interno (lo que hay en el tiempo), o aún de otro modo, sintetizando la diversidad del tiempo en la forma de la unidad, de tal modo que los conceptos puros del entendimiento sean aplicables a la experiencia sensible y dando lugar así a la posibilidad de manifestarse el ámbito fenoménico. Para que tal síntesis sea posible, es necesaria la acción del Esquematismo, que edifica un puente entre entendimiento y sensibilidad.

La pregunta que da lugar al Esquematismo es bien simple: ¿cómo aplicamos las categorías a los fenómenos, dado que éstas no son intuibles? Es decir, ¿qué liga los conceptos puros del entendimiento con los objetos posibles de una experiencia sensible? ¿Cómo es posible la aplicación de conceptos universales a fenómenos empíricos? La condición para responder a estas preguntas es, para Kant, la homogeneidad de un tercer elemento respecto de los conceptos y los objetos de la experiencia, y por tanto, que sea tanto intelectual como sensible. Lo que vamos a ver es que es precisamente el tiempo lo que cumple esta condición de homogeneidad.

La razón es que, como afirma Kant, por una parte el concepto del entendimiento contiene “la unidad sintética de lo diverso en general” (Kant, KrV, A138/B177, las cursivas son mías). Pero que el concepto del entendimiento contenga esta unidad de lo diverso es lo mismo que decir que su concepto es la imaginación, en tanto que ésta es la facultad que permite representar cualquier objeto determinando a priori a la sensibilidad. Es decir, la imaginación, en tanto que facultad, reúne conceptualmente esa diversidad propia del entendimiento en tanto que capaz de representarse intelectualmente cualquier objeto de la experiencia. Por otra parte, encontramos que la exterioridad del tiempo “contiene una diversidad a priori en la intuición pura” (Kant, KrV, A138/B177).

Lo que resulta es que el tiempo es tanto homogéneo con las categorías del entendimiento por su carácter apriorístico como con los fenómenos, por aparecer en toda representación empírica de la diversidad. De lo que se sigue que es la determinación trascendental del tiempo (lo que hemos llamado la exterioridad del tiempo, o el tiempo mismo) lo que permite la aplicación de categorías en el orden sensible mediante esquemas trascendentales. Tales esquemas, que son siempre producto de la imaginación, constituyen una “condición formal y pura de la sensibilidad”, es decir, determinan la síntesis del tiempo en sí mismo en la forma del sentido interno, o lo que podemos llamar el tiempo puramente fenoménico, aquél en que tiene lugar la experiencia: la interioridad del tiempo. El esquematismo es entonces una función del entendimiento en su concepto puro como imaginación, que permite la subsunción de la sensibilidad en categorías a través de la propia temporalidad de los conceptos.

Distingue aquí Kant entre esquema e imagen como productos de la imaginación: si la segunda es resultado de la imaginación en términos empíricos (produce una imagen sensible), la primera es obra de la imaginación trascendental, pues permite representar un concepto en una imagen. Esa representación, que no se confunde con su imagen, es el esquema del concepto, un diagrama (o circuito) que establece relaciones de temporalidad intraconceptuales de tal modo que este concepto se vuelve representable: “Los esquemas no son, pues, más que determinaciones del tiempo realizadas a priori según unas reglas que, según el orden de las categorías, se refieren a los siguientes aspectos del tiempo: serie, contenido, orden y, finalmente, conjunto, en relación todos ellos con al totalidad de los objetos posibles” (Kant, KrV, A145/B184-5).

Podemos comenzar ahora entonces a dar sentido a la tesis de Templeton, aunque para ello vale la pena antes recordar algunas afirmaciones que el CCRU realiza en Guerra del Tiempo Lemuriana. En este fragmento resultante de la entrevista del CCRU con William Kaye acerca de la supuesta ficción del escritor beatnik William Burroughs y su relación con ciertos acontecimientos temporales paradójicos, se comienza a configurar una noción del tiempo muy cercana a la que hemos trazado con Kant.

Lo primero que llama la atención es la afirmación de Kaye de que Burroughs, a través de su escritura, participaba en una guerra en que el “Universo Mágico” es derrocado por las fuerzas de monopolio, o Control, que establecen el “Universo del Dios Uno” (UDU), caracterizado por la instauración de una temporalidad lineal y cerrada, con la apariencia de un determinismo causal inescapable. En otras palabras, el dominio fenoménico. De lo que se trata aquí pues, es de la supresión de una multiplicidad de temporalidades en favor de una que se instaura como la única metanarrativa posible acerca del mundo, haciendo así del tiempo una jaula para el ser humano: “El poder opera con mayor efectividad no al persuadir a la mente consciente, sino al delimitar de antemano lo que es posible experimentar. Al formatear los procesos biológicos más básicos del organismo en términos de temporalidad, Control garantiza que toda experiencia humana sea de -y en- el tiempo. Por eso, el tiempo es una “prisión” para los humanos”[2]. Así, el ámbito fenoménico no es más que una representación ficcional constituida a través de la síntesis del tiempo en la forma del sentido interno.

¿Qué significa entonces que la KrV es una guía para unos viajes temporales “de otro tipo”? Comúnmente, nuestra noción del viaje temporal es de tipo extensivo: entendiendo el tiempo linealmente, viajamos a través de su extensión de un punto a otro. Sin embargo, es obvio que tal viaje en la extensión del tiempo está subordinada a la forma de su interioridad. Viajamos a través de lo que está en el tiempo. Que estos viajes de los que habla Templeton sean de otro tipo significa entonces que la KrV muestra cómo se lleva a cabo un desplazamiento intensivo en el tiempo mismo, una torsión de la síntesis trascendental del tiempo. Pero hemos visto que tal síntesis se da mediante el Esquematismo, que subordina la forma del tiempo, su exterioridad, a la temporalidad de los conceptos puros del entendimiento mediante el uso de esos diagramas que denomina esquemas trascendentales. Estos esquemas, como productos de la imaginación trascendental, resultan poco más que ficciones para el CCRU, estableciendo de ese modo también el modo de producir estas variaciones intensivas:

Esto, para Kaye, constituía “una fórmula para la práctica hipersticional”. Los diagramas […] son tan reales en una ficción como cuando son encontrados en crudo, pero someter tal contrabando semiótico a múltiples encajes permite un tráfico de materiales para decodificar la realidad dominante que de otro modo sería proscrito. En lugar de actuar como una pantalla trascendental bloqueando el contacto entre sí misma y el mundo, la ficción actúa como una caja china, un recipiente para intervenciones embrujadoras en el mundo. El marco es a la vez usado (para ocultar) y roto (las ficciones potencian cambios en la realidad (CCRU, Escritos 1997-2003: 62).

Hay una equivalencia entre esos viajes temporales intensivos y la práctica hipersticional, que permiten que ficciones que hagan a sí mismas reales. De lo que se trata entonces es del uso de la ficción y la experimentación con ésta (claro ejemplo son los recortes o cut-ups de Burroughs y Gysin) para manipular los esquemas trascendentales, un modo de hackear los circuitos internos de la maquinaria trascendental. En Miamificación, Avanessian cita a Dirk Baecker acerca de la cuestión del hacker: “Por hacker quiero decir cualquier persona que sepa como romper el código, ya sea el código técnico, social o psicológico”[3]. Encontramos aquí un tipo de hacker más fundamental: el hacker trascendental, el que rompe el código de la síntesis trascendental de la imaginación mediante la ficción para producir nuevos esquemas y transformar así la realidad desde Afuera.

Terminemos con esa torsión monstruosa de Kant que afirma que el Esquematismo tiene que ver con el inefable Abómeno del Afuera. El Abómeno, definido por el CCRU como el “substrato postulado de horror absoluto” resulta la exterioridad del Tiempo en su absoluta multiplicidad, el objeto paradójico o Yo trascendental que actúa sobre el Ego empírico, el Dios uno (“el Dios Uno es el Tiempo”[4]), la Cosa o Yog-Sothoth. No es de extrañar entonces que la manipulación, por medio del esquematismo (la práctica hipersticional), tenga que ver con esas prácticas mágicas, pues no es sino el contacto con el UDU y lo que hay más allá de él, el Nihil Ulterius. Afectando virtual e intensivamente al Tiempo, se producen cambios en el interior del tiempo que no pueden sino llamar la atención del Dios Uno como una transgresión de su Control. Es una guerra abierta.

Esta monstruosidad que genera la manipulación del Esquematismo tiene que ver con la posición paradójica de la Imaginación en Kant, fuente de la espontaneidad del Entendimiento. Y es que como aventura Kant en la Crítica de la Razón Práctica, de tener acceso al ámbito nouménico, si bien nuestras acciones no cambiarían, nos veríamos convertidos en títeres ante el poder de Dios que legisla sobre ese dominio con su ley moral. Ahora bien, ese Dios Uno, monoteísta e identificable con las tradiciones abrahámicas, es el modo en que el Noúmeno se nos “manifiesta” para nosotros indirectamente. La imaginación, que encuentra su espontaneidad en una grieta del dominio nouménico, nos abre por una parte a ese Noúmeno-para-nosotros que es Dios como Idea reguladora. Sin embargo, más allá de él se encuentra el Abómeno, la monstruosidad de la Cosa que desintegra a toda actividad sintética del entendimiento, llevándolo a la locura. Es en ese cáustico y caótico espacio donde la hiperstición opera, donde los viajes temporales “de otro tipo” se hacen posibles, pero donde nos encontramos también con “esa parte más profunda de ti que no tiene nada que ver con lo que eres”[5], la exterioridad del Tiempo.

«Cuando Templeton cayó en la cuenta encontró, en lugar de aquello que él creía ser, la Cosa (en-sí-misma (a intensidad cero ())). Esto fue quizá, o necesariamente, el hipercuerpo continuo -el que Acecha en el Umbral- que H. P. Lovecraft llama “Yog-Sothoth”…»

[1] Greenspan, Anna, Capitalism’s Trascendental Time Machine, Warwick, Universidad de Warwick (tesis doctoral inédita), p. 54 (trad. propia).

[2] CCRU, Escritos 1997-2003, Segovia, Materia Oscura, p. 68.

[3] Avanessian, A., Miamificación, Segovia, Materia Oscura, p. 221.

[4] CCRU, Escritos 1997-2003, Segovia, Materia Oscura, p. 67.

[5] CCRU, Escritos 1997-2003, Segovia, Materia Oscura, p. 80.

MARISA ARRIBAS