KS "MUERTE A LOS VIEJOS"

Marzo de 2032

El dolor de la pandemia se había olvidado pronto, fue borrado de la conciencia colectiva. O, más bien, enterrado por la vorágine de acontecimientos del Período Caótico.


En el bienio de la tormenta pandémica, el sistema mundial de los medios de comunicación había estado dominado obsesivamente por el coronavirus: actualizaciones continuas del número de nuevos casos, el número de personas ingresadas en cuidados intensivos, el número de muertes y de recuperaciones. Ambulancias gritando, sirenas sonando en la sala de emergencias de algún hospital. Enfermeras vestidas de blanco, doctores con mascarillas de trabajo, familiares llorando. Después, nada.

Los acontecimientos del Período Caótico barrieron ese recuerdo. Esas imágenes desaparecieron repentinamente de la pantalla, cuando la vacuna y, sobre todo, el cansancio del virus hicieron que la curva de contagios cayera casi a cero.


Cuando la tormenta posviral, mucho más devastadora que el desastre sanitario, golpeó al planeta, exhausto, surgió una increíble novedad. Antes de irse, después de haber causado una matanza de ancianos en 2020-2021, el virus llevó a cabo una última extravagancia, dejando un legado que algunos quisieron ver como una compensación. El virus había alterado algo en la genética humana, algo que todavía ningún biólogo ha sido capaz de explicar adecuadamente.

Recordemos, a propósito, que durante el siglo XX circulaba una historia que probablemente tenía un núcleo de verdad científica: se dice que aquellos que en 1918 y 1919 sufrieron la gripe española (que no era en absoluto española, sino norteamericana, pero eso es otra historia), los que sobrevivieron, a pesar de haber contraído la enfermedad, adquirieron una especie de inmunidad. Los que habían sufrido las fiebres epidémicas y sobrevivieron se libraron de todas las gripes que, más tarde, durante ese siglo turbulento, golpearon a la humanidad. Ni siquiera un resfriado, ni siquiera una ligera fiebre, se convirtieron en ancianos briosos hasta finales del siglo XX. De manera similar, los ancianos que sobrevivieron a la carnicería de 2020-2021 sufrieron una mutación que fue de alguna manera beneficiosa y les dio un regalo ambiguo: la inmortalidad.


El organismo biológico de los mayores de setenta años que habían estado expuestos a la presencia ubicua del virus, pero que lograron sobrevivir, reaccionó de manera sorprendente, incluso inexplicable. El proceso de deterioro orgánico y de envejecimiento físico (si no mental) parecía haberse ralentizado, quizás detenido, en algunos casos incluso invertido.
Además, la obsesión por la salud desatada por la pandemia fomentó la concentración de enormes cantidades de capital en LogLofe e institutos de nanotecnología genética. Los ancianos, el grupo que había mantenido sus ingresos intactos durante la catástrofe económica de los años veinte, dedicaron rabiosamente sus energías a prolongar la supervivencia, a veces, de manera depredadora: la demanda de órganos para trasplantar creció enormemente, a costa ,sobre todo, de adolescentes y niños de clases más pobres.
La misma generación que en su juventud había conocido la euforia progresiva y utópica de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que había creído en la democracia, en la libertad y en otros desvaríos similares de la adolescencia, parecía entonces destinada a disfrutar de una longevidad infinita. Cuanto más se disolvían las ilusiones de la juventud en el olvido o se transformaban amargamente en cinismo, más se aferraban a la vida, como si se tratara de la vida de un animal herido incapaz de morir.

Los caóticos acontecimientos de la década post-Covid, antes de la gran pacificación psicotrópica de 2029, sacudieron profundamente el equilibrio psíquico de la humanidad, pero los viejos parecían inmunes, al menos hasta cierto punto, a ese colapso general.

El bombardeo atómico de la costa oeste del continente norteamericano, ordenado por el presidente Trump al comienzo de su segundo mandato en 2024, marcó el comienzo de una era de inmensa devastación. Y mientras, miles de millones de personas abandonaban sus tierras, que se habían vuelto inhabitables. Las gigantescas migraciones desencadenaron guerras locales cuyo único efecto positivo fue reducir el exorbitante número de habitantes de un planeta agonizante. Los estados nacionales se licuaron, las reglas de las finanzas se alteraron.

La principal actividad económica del Período Caótico fue la reprogramación del cerebro planetario: la composición física del cerebro, la eficiencia mental y el malestar psíquico se convirtieron en el campo de acción de los investigadores científicos, los experimentadores técnicos y los operadores económicos de todo el planeta. El capitalismo sobrevivió transformándose en un sistema de producción de estados mentales, de ilusiones compartidas, mientras que los estados fueron sustituidos por sistemas de gobierno psicosanitario. Las grandes compañías tecno-financieras, como Māyā Unlimited e Inside Corporation, se lanzaron a la creación de software para reprogramar el sistema nervioso global. 

Después de la desintegración de los estados nacionales, desde el Océano Atlántico hasta las inmensas llanuras de Asia Central, se constituyó la Unión, un cuerpo administrativo tecno-sanitario dedicado a gobernar, en la medida de lo posible, la sociedad trastornada y la psicoeconomía.

Este es el trasfondo de la historia que queremos contarles.

Franco “Bifo” Berardi.

MARISA ARRIBAS