Apología de la contradicción originaria: la tanatoteleología como redención aporética

Por H. W. Gámez

Pese a ser lo único de que no cabe duda, la muerte no ha sido tradicionalmente colocada en el epicentro de la existencia. Quizá en la contemporaneidad hayamos asistido a un despunte tímido por parte de ciertos filósofos y especulaciones científicas donde esta cuestión, sin duda alguna más antigua que el tiempo, a venido a ocupar una función esencial en el paradigma cosmogónico.

Desde la filosofía de Philipp Mainländer hasta las teorías físicas sobre futuros cosmológicos como el Big Rip –pasando por Schelling, Freud y Nick Land– lo que se aprecia es, no un trato existencialoide y pseudopoético, sino el esfuerzo por elevar a un máximo rango el fenómeno de la muerte; en un potente acto de reddite ergo quae sunt Caesaris, Caesari et quae sunt Dei Deo.

Por ejemplo, Philipp Mainländer defiende que este mundo nuestro, el de la pluralidad y el devenir, es resultado de un acto de negación originaria. Dios, en su trascendente soledad, escogió la muerte como más deseable a la existencia, pero a pesar de ser absolutamente libre estaba determinado por su esencia, no era libre respecto a su propia necesidad, es decir, su ser era un super-ser del cual no podía desligarse de inmediato. Esto recuerda sin duda a lo que dice Schelling en Las Edades del Mundo «Hablando naturalmente, la necesidad está en Dios con anterioridad a la libertad, pues para poder actuar con libertad un ser primero debe existir».1 Es por esto por lo que Dios (o Unidad Trascendente) no pudo transicionar del super-ser al no-ser, sino que tuvo que aniquilarse en una miríada de fragmentos, devenir ser, para poder desgastar paulatinamente su super-esencia, hasta que llegue el momento en que las fuerzas estén maduras para la nada absoluta y obtenga así la redención.

La originalidad de Mainländer en este punto reside en su capacidad para dar la vuelta a la lógica schopenhaueriana, no es que la esencia del mundo sea una voluntad de vivir, sino que esta voluntad es el mejor medio para alcanzar el nihil absolutum, de tal modo que la existencia es solo un medio para el fin que es la muerte. En su empecinarse los átomos de voluntad por vivir, en su sufrimiento constante en la vida, los fragmentos de Dios se debilitan paulatinamente, hasta que centelleantes empiecen a palidecer, acudiendo lentamente a las postrimerías de la existencia. Es interesante a este respecto reparar en la cercanía entre la metafísica mainländeriana y la teoría del Big Bang propuesta inicialmente por George Lamaître, así como la función esencial que desempeñan los procesos entrópicos en Filosofía de la redención y los sistemas cosmológicos actuales. Por ejemplo, se especula un Big Rip como final posible del universo, una gran muerte en que la materia quedaría reducida a partículas subatómicas sin cohesión ni energía.

En cualquier caso, la pregunta ahora no consiste en si la unidad originaria escogió la muerte o sencillamente colapsó sobre sí misma, sino en la posibilidad misma de una muerte originaria. Cuando Mainländer le atribuye voluntad y espíritu a esta unidad trascendente2 , aunque sea de un modo regulativo, en realidad está haciendo algo que es fundamental para la exégesis del mundo en términos metafísicos. La unidad absoluta no puede devenir, pues nada ni dentro ni fuera de ella puede impelerla al movimiento. Si hubo algo fuera de la unidad absoluta que la impelió al movimiento entonces esta no era absoluta y si algo dentro de sí misma la condujo a aniquilarse entonces no era unidad.

Esta misma intuición puede leerse en los escritos del Ccru «Tenga en consideración el Universo del Dios Uno: UDU. El espíritu retrocede horrorizado ante semejante punto muerto. Él es todo poderoso y omnisciente. Porque Él puede hacer todo, Él puede hacer nada, dado que el acto de realizar requiere oposición. Él sabe todo, por lo que no le queda nada que aprender. Él no puede ir a ningún sitio, puesto que ya está en todos los putos sitios, como la mierda de vaca en Calcuta...»3

Para poder hacer intuitiva una exégesis metafísica del mundo es preciso especular una oposición originaria en la cual la unidad trascendente era una unidad relativa en combate consigo misma. Podemos pensar en sufrimiento ontológico a que se vio sometida esta unidad relativa, uno tan grande que, en busca de una descarga de tensión, explosionó en aquella pluralidad inmanente de que habla Mainländer; de modo que la deriva de la existencia no es tanto un desgaste del cuanto total de las fuerzas con vista a un nihil absolutum, sino un esfuerzo por alcanzar un término mayor que englobaría a aquel, término que por cierto tiene un nombre bien específico. Desde esta perspectiva, esa nada absoluta sería únicamente una de las alternativas a que tendería la deriva de la existencia, el fin relativo de una unidad relativa incapaz de asimilar la creciente tensión interna en su seno.

Pero existe otra dificultad que se nos plantea si prestamos atención a las metafísicas típicamente tanatotelológicas como la de Mainländer, la cuestión de si la muerte de Dios puede acontecer realmente, i.e., si el super-ser originario tiene posibilidad ontológica para devenir una nada real.

La intuición más inmediata del mundo nos muestra que la tendente entropía del sistema no se enseñorea de todo lo real, pues nos las vemos cotidianamente con situaciones en las que este paulatino acercarse al caos procura revertirse, en otras palabras, experimentamos un mundo dominado simultáneamente por tendencias tanto entrópicas como neguentrópicas.

Si es cierto que hay una equitativa distribución de fuerzas mutuamente enfrentadas, la intuición mainländeriana se aparece como el pesimismo más radical, más incluso que el de Julius Bahnsen, pues el mundo no se movería sencillamente conforme a una contradicción insintetizable, sino que sería resultado del ingenuo acto de Dios quien, prefiriendo la nada antes que el super-ser, se condenó a sí mismo a una cíclica existencia en la que jadea inútilmente por alcanzar una redención imposible, viéndose preso de un eterno retorno de lo peor en el cual lo único que acontece es el sufrimiento de sus partes, anhelantes de redención, pero ontológicamente incapaces de alcanzarla.

1 Schelling, Friedrich, La edades del mundo, editorial Akal, 2002, pg. 177

2 Mainländer, Philipp, Filosofía de la redención, Xorki, 2014, pg. 335

3 CCRU, Escritos 1997-2003, Segovia: Materia Oscura Editorial, 2020, pp. 66-67

MARISA ARRIBAS