La insurrección está en las cosas

Por Federica Matelli

«La insurrección está en las cosas»[1]. Es oportuno retomar el discurso desde esta frase escrita por Diego Sztulwark en algún punto de la introducción a la edición argentina de La Sublevación. ¿Qué significa esta frase? Que el problema no está en organizar la insurrección, la insurrección viene sola, está en las cosas y en las infraestructuras de la contemporaneidad, es un impulso vital. ¿Pero, entonces, qué es lo que la inhibe o lo que la limita? Lo que nos propone Franco Berardi Bifo en este libro no es nada fácil. Afirma que para que la sublevación pueda brotar es necesario desear su éxito, y, para desearlo, es imprescindible imaginarlo. En pocas palabras, la tesis que está en la base de esta especulación es que el primer paso para ganar esta batalla es cambiar expectativas y reestructurar el campo del deseo.

Es un ensayo imprescindible para entender la situación europea de estos últimos treinta años posteriores al tratado de Maastricht, firmado en el 1992, solo tres años después de la caída del Muro de Berlín. En contra de los estériles análisis posmodernos, proporciona un diagnóstico brillante a manera de brújula teórica para direccionar la lucha, y afirma que para tomar impulso hay que empezar por desmontar la Europa de Maastrich, reclamando al mismo tiempo y en voz alta - junto con otras voces como las de Mark Fisher, Srnicek y Williams o Varoufakis - la importancia de la imaginación edificante y de la creación material de lo posible.

Este ensayo conlleva una nueva apuesta, un nuevo reto material, la organización del futuro y, más allá de ser una crítica del pasado y del presente, constituye un estímulo contra la resignación y la impotencia. Desde este enfoque, su lectura va de la mano, y debería completarse, con la lectura de Futurabilidad. Pero, sobre todo, su importancia está en la valentía de implicarse en cuestiones que exceden a la teoría, a la ontología de la temporalidad y a su retórica, proponiendo disociar la idea de futuro de la idea de economía y crecimiento económico y aportando un recorrido analítico a través de los actuales movimientos sociales que han surgido después de la Cumbre de Seattle del 1999, pasando por el G8 de Génova (2001) hasta llegar a la Primavera Árabe (2010) y al 15M (2011).

En su reflexión entran en juego cuatro cosas importantes: la implicación teórica con la acción, repensar el futuro más allá del semiocapitalismo y del valor de cambio abstracto, y por lo tanto la importancia de analizar y reformar la abstracción digital y la abstracción financiera.

Estas dos últimas son de fundamental importancia porque afectan a la vida y trasforman el tejido social, alterando la existencia cotidiana de cada uno de nosotros. El punto clave para entender esta coyuntura son los procesos cognitivos intervenidos por la tecnología digital de la comunicación e información que fomentan procesos de disociación psicofísica con consecuencias psicopatológicas en los individuos y en los sujetos sociales. La tesis paradójica de Franco Berardi Bifo es que a mayor conexión tecnológica menor comunicación y más disociación cognitiva. Además, de más control y menos libertad real.

Dicho esto, se podría interpretar el fracaso de los nuevos movimientos sociales posteriores al 2000 bajo el prisma del significado y de la función de las nuevas tecnologías en relación con ellos.

¿Podría considerarse el colapso de la bolgosfera y de la tecnología P2P como una de las causas de los resultados parciales obtenidos por las nuevas olas de sublevación, puesto que a partir de la primera década del 2000 la web 2.0 ha sido la principal herramienta de comunicación y de guerrilla? “Occupy Wall Street empezó como un #hastag en Twitter”, afirma Steven Johnson. Pero la misma herramienta que parecía habernos liberado y unido, en primer momento, en realidad, nos ha aprisionado y separado después. La tecnología P2P y el software libre eran herramientas horizontales y autónomas respecto a la industria tecnológica porque, como dice su nombre, eran peer to peer (red entre iguales), y su infraestructura material se componía de una red real de servers, es decir, de ordenadores físicos -asociados a cada usuario- e independientes. Esta infraestructura material sería clave para una reforma del mercado y del Estado hacia una sociedad sostenible basada en el apoyo mutuo y en el beneficio común. Pero ya se la han cargado.

La web 2.0, al contrario, parece libre y plural, sin embargo, materialmente hablando, no hay nada más centralizado, puesto que cada página que proporciona a cada usuario está alojada en un solo server, en manos de una de las pocas corporaciones tecnológicas que todos conocemos. ¿Hay algo más centralizador? Este sistema, posteriormente, se ha desplazado hacia una economía de datos llamada, como es noto, Big Data que, a su vez, para crecer, ha impulsado una economía de la atención, que, más bien, debería llamarse economía de desviación de la vida, otra faceta de lo que está pasando en la historia bajo el nombre de semiocapitalismo. Con la diseminación en la vida cotidiana de las nuevas tecnologías digitales, nos obligan a nuevas modalidades de atención, decisión y expresión.

La hipótesis que surge de la toma de conciencia de tal situación es que tal vez la impotencia política de la subjetividad insurgente contemporánea esté vinculada con la confianza depositada en las redes sociales. La respuesta de Bifo frente a esta emergencia es «hackear». Y en lo específico refiere dos tipos de hackeo simultáneo: el de la tecnología, por un lado, y el del saber, por otro. Si los algoritmos son las infraestructuras semióticas del semiocapitalismo, su saber debe ser intervenido y reformado. Para esto, no solo los usuarios tienen que concienciarse del uso de las nuevas tecnologías como sugerían las teorías micropolíticas de la posmodernidad; esto es insuficiente y significa empezar una batalla sin fin, además de inefectiva, aunque útil en un sentido existencial para el sujeto. Más bien, esta batalla debería jugarse en dos frentes, desde el lado del usuario y desde la posición del productor de algoritmos, los programadores informáticos. Este es el saber que tiene que hackearse, el saber del trabajo cognitivo dentro del semiocapitalismo, el General Intelect. La sublevación de la que habla el título del presente ensayo es nada más que la sublevación de la clase cognitiva, y el hackeo de sus códigos es su poesía.

Ya se han visto tentativas en esta dirección. El campo del Media Art es un buen laboratorio para hackers y experimentación digital, dado que tiene la autonomía suficiente para evadir los ataques legales del sistema, pero, por otro lado, y por el mismo motivo, los experimentos artísticos con nuevas tecnologías no pueden incidir realmente en la sociedad y en la política. Últimamente las teorías aceleracionistas, que se han producido y difundido, sobre todo, en blogs y en la red desde los años noventa del siglo pasado, representan una buena tentativa de despertar la conciencia del cognitariado instándole a apropiarse, revertir o subvertir las plataformas digitales del semiocapitalismo. La comunidad del software libre que sigue resistiendo es otro buen ejemplo. Para acabar, un último ejemplo vinculado a la política institucional son los Partidos Piratas o Anonymous. Tal vez, el paso sucesivo para todos estos grupos dispersados en la red sea buscar una cohesión y objetivos concretos y comunes por medio de una acción conjunta, con el fin de intervenir la máquina productora de códigos y «dar un cuerpo»[2] afectivo, sensible, deseante y autónomo al Intelecto General europeo y global.

[1]     Diego Sztulwark, “La sublevación como teoría política del cuerpo” en La Sublevación de Franco “Bifo” Berardi. Buenos Aires, Hekht Ediciones, 2014, pag. 9.

[2]     Ibidem, pag.12.

MARISA ARRIBAS