“El Perro”: Topografía de una hiperstición clásica. El carácter hipersticional de la chreia cínica.

Por H. W. Gámez

Dice Philipp Mainländer en Filosofía de la redención: «En general, se interviene en la ciencia, no entorno a una producción de la nada, ni entorno a un repentino contraste de las luces en la noche, sino entorno a un testimonio, a un perfeccionamiento en la verdad existente desde el origen de la humanidad, entorno a una purificación y transmisión de esta verdad»[1], lo cual viene a expresar, al margen de la noción de verdad y ciencia mainländeriana, que la creatio ex nihilo es un fantasma epistémico rayano en la fantasía delirante más que en una falta de juicio tolerable. En lo relativo a lo que nos ocupa, la hiperstición, cabe decir que a pesar de aparecérsenos como algo enormemente novedoso, casi sórdido y enajenado, puede uno encontrar referentes de un mismo espíritu, no ya en abstrusos filósofos del siglo XX —cuyos filosofemas casi lisérgicos parecieran obedecer más al sentir opiómano de su época que no el escrutinio de lo más difícil de la filosofía, lo que trasciende al límite— sino en la filosofía clásica. Así como podrían considerar hoy los doctos doctores a la hiperstición, es precisamente en aquella práctica filosófica desdeñada por los grandes referentes del pasado, idolatrados por su erudición pomposa, donde justamente se hallan los preludios de la misma: el cinismo.

No deja de ser irónico, o al menos una feliz chanza, el hecho de que sea en aquella actividad, usualmente considerada muy distante del filosofar hegemónico, donde encontramos dichas fuentes, tanto más si comprendemos que quienes han acuñado la hiperstición moderna gozan de un caro reconocimiento muy similar al de los filósofos llamados perros.

Ahora bien, antes de entrar en la cuestión de los vínculos filosóficos entre la hiperstición y la chreia[2] es imperativo responder antes a una pregunta: ¿Qué es la hiperstición?

Una de las virtudes de la hiperstición es que no puede responderse a esta pregunta sin vulnerar (por no decir violar) el espíritu mismo de la hiperstición. Dentro de un esquema epistémico en el cual lo real es una ficción autorrealizada y la ficción una realidad virtual, pareciera que la capacidad objetivante de la definición exige, o bien violentar el tuétano mismo de aquello a definir o bien el abandonar necesariamente un cuanto demasiado amplio de aquello que, de hecho, se procura definir. Esto sería análogo al minero que, tras encontrarse con una veta de oro, arrojara al fango la pepita para quedarse con la roca, y corriendo eufórico deseoso de transmitir su hallazgo, le enseñase al capataz las brozas de cuarzo y espetase: ¡ecce aurum!

En eso radica su dimensión lovecraftiana, en su indecibilidad, la cual hermana a la hiperstición con las horripilantes criaturas cthulhunianas o con el gigante blanco descrito en la novela de Edgar Allan Poe Las aventuras de Arthur Gordon Pym; pero al margen de esto, si pretendiésemos ofrecer «un esquema burdamente simplificado a la hora de abordar —en un primer estadio— la estructura u organización de la hiperstición»[3] se antoja necesario mencionar tanto su dimensión narrativo-literaria (que actúa a modo de canal por el que borbotean y manan distintos postulados y especulaciones filosóficas), su carácter anónimo  (con lo que se logra introducir un aspecto poliédrico a sus elucubraciones) y la acreencia (el estado epistémico que hace de las categorías verdad/falsedad términos, si no obsoletos, al menos apolillados).

Tales elementos, por mencionar sólo estos tres, introducen la dimensión narrativo–literaria en el programa filosófico, pero no ya como un recurso cosmético o como un portal hacia la esencia del ser, sino en tanto que un modus operandi epistémicamente performativo. Esta idea queda claramente representada bajo el estandarte de “ficciones que se hacen reales a sí mismas”, es decir, el valor de verdad de una proposición, narración o hecho no radica en su capacidad referencial, o lo que es lo mismo, en su correlatividad objetiva, sino que consiste en un devenir competente para introducirse coherentemente en el racimo gnoseológico de las creencias humanas. Es en la medida en que esto se logra que la ficción deviene real; en último término todo el enjambre de proposiciones humanas sería de esta clase.

Ya la mera instrumentalización de lo narrativo/ficticio como arma especulativa y performativa invita a pensar en la actividad cínica a la hora de reflexionar en torno a la hiperstición. Bracht Branham se pregunta precisamente en su ensayo Invalidar la moneda en curso: La retórica de Diógenes y la invención del cinismo: «¿Dónde termina pues la teoría de Diógenes y dónde empieza la vida?»[4]. Esta pregunta podría parecer una veleidad si se tiene en cuenta que se está hablando de un filósofo antiguo del cual existe poca referencia biográfica, algo así como lo que ocurre con Heráclito y Parménides, de quienes a penas se conservan unos pocos fragmentos —algunos de dudosa autoría— de su obra, no digamos ya de su biografía.

Como es sabido por todos, prácticamente la totalidad de historias y referencias a la vida del famoso cínico se encuentran en la Vida y obra de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio; ahora bien, en el caso del filósofo que increpó a Alejandro Magno por taparle el sol, la pregunta no obedece solo a esta salvedad testamentaria, sino que arraiga en un sentido más profundo: la chreia.

Ya los fundadores del movimiento en el siglo IV a.C. tenían un estrecho vínculo con la actividad literaria[5], de hecho, a los cínicos se les atribuye el poner en circulación diversos géneros literarios, usualmente considerados menores y marginales, dentro del quehacer propiamente filosófico, como sería el caso de la diatriba y el género epistolar. En el caso de este último no era inusual que el autor escribiese una carta cuyo destinatario era algún dios. Pero «no se trata solo de introducir nuevos estilos o temas cínicos, ni de adaptar formas socráticas a nuevos propósitos, sino más bien de abrir horizontes de actividad literaria, y de utilizar esas nuevas formas como un medio para criticar los géneros convencionales».[6] Ocurre que casi todas estas obras se han perdido, por lo que el retrato “más fiel” que tenemos de la vis cínica es la chreia o anécdota, cuyo valor histórico es, como apunta Branham, muy difícil de determinar. Ahora bien, la veracidad histórica de las mismas es del todo irrelevante pues aquí filósofo y filosofía se funden, algo que cobra mayor sentido si se tiene en cuenta que para Diógenes el filosofar era mera cháchara si no se incorporaba a la vida real del individuo. Es gracias a las chreia que Diógenes de Sinope ha pasado al ideario intelectual y popular del hombre, lo cual es idóneo pues «Diógenes es una figura dialógica, un héroe de la improvisación, no de la tradición», alguien que rechaza «encarnarse en las categorías sociohistóricas existentes […] Diógenes hizo de sí mismo un objeto de experimentación y representación»[7]. En tanto que así, el mayor logro del gran cínico no habría sido acabar siendo el máximo representante del movimiento en cuestión, sino él mismo, es decir, el haberse convertido a sí mismo, a su propio cuerpo, en objeto de especulación, de tal modo que su figura histórica acaba por fundirse en una unidad indisoluble con la tradición anecdótica, las chreia. Ya no es que el elemento exista dentro de una proposición que remite a un universo ficticio, al modo en que “Superman existe”, sino que Diógenes existe y no existe simultáneamente, pues es y no es un objeto ficticio. Más claramente aún si cabe, el Diógenes real es el Diógenes de la chreia, el de las anécdotas, o por utilizar los términos hipersticionales, Diógenes es una ficción que se ha hecho real a sí misma.

Entonces, si «no podemos recurrir a criterio alguno para separar al verdadero Diógenes del falso» ya que solo podemos «aproximarnos al personaje como la construcción retórica de una tradición de más de quinientos años»[8], entonces, ¿qué es Diógenes? Un portador hipersticional, y todas las voces que dibujaron sobre el papiro el contorno de dicho personaje un “teatro de títeres”, de tal modo que «la proliferación de portadores —multiplicando las perspectivas y fragmentos narrativos— produce toda una serie de mitos hipersticionales coherentes pero inherentemente desintegrados, al tiempo que efectúa una destrucción positiva de la identidad, la autoridad y la credibilidad»[9]. Porque no fue el propio Diógenes quien se ficcionó a sí mismo, tampoco una plétora de autores detectables y rastreables, en suma, no estamos ante el caso de Sherlock Holmes, como se indica en el fragmento “El síndrome de Farmer” recopilado en Hiperstición, sino que se asemeja más al modus operandi lovecraftiano:

Si Lovecraft permanece como el arquetipo de practicante hipersticional, es porque sus ficciones han escapado hace ya mucho de su autor putativo. Una obra deviene hipersticional una vez que se ha vuelto imposible tratarla como el producto de la imaginación de un solo autor.[10]

Si sustituimos el término “ficciones” por “vida” entonces, ¿qué duda cabe de que Diógenes es el padrino de la hiperstición? Pues no es que su obra sea irrastreable, por la pasmosa ausencia de irrupciones edípicas y por la irrastreabilidad de la autoría de las chreia, sino porque es él mismo el que es objeto ficcionado y, en tanto que así, encarnado en lo real.

Justamente los dos desarrollos provisionales mencionados en Hiperstición mediante los cuales las ficciones devienen reales se respetan en el caso cínico:

(1) La colectivización del sistema ficticio: Para considerarse sistema ficticio, es necesario que las ficciones se abran a la participación […]. La multiplicidad de autores presagia una mayor participación en la que la distinción entre fans y autores se vuelve cada vez más inestable.

(2) El despliegue práctico del sistema ficticio. El uso del sistema de Lovecraft en ritos mágicos por parte del ocultista thelémico Kenneth Grant es ejemplar de este rasgo. [11]

(1) ¿Acaso no es una colectivización del sistema ficticio la chreia cínica en la medida en que «se está de acuerdo en que la vida de Diógenes según Diógenes Laercio (mediados del siglo III) se basa en colecciones de chreia reunidas a lo largo de los tres siglos anteriores»[12]?

(2) ¿No es evidente, per se, que hay un despliegue práctico del sistema ficticio respecto a Diógenes en la medida en que este mismo artículo existe, por no mencionar los seminarios, clases universitarias y menciones que los filósofos llevan haciendo de Diógenes todos estos siglos? ¿No se ha vuelto real la ficción en la medida en que un profesorucho de la universidad de Houston puede haberse ganado la vida impartiendo clases y escribiendo reseñitas y articulitos sobre el cinismo?

Por finalizar dejando el tema aún sin concluir, pues mucho queda por decir al respecto: ¿Qué hace el cinismo, así como la hiperstición? Yo digo, invalidar la moneda en curso, parachatein to nomisma[13], el auténtico y más profundo telos cínico. Así como la acreencia dinamita el binomio verdad–falsedad, introduciendo un elemento de creatividad, esto es, el suspender a lo real en un plasma de virtualidad objetivizable, como un feto susceptible de ser abortado, así también, digo, el cinismo sepulta la moneda en curso, prendiendo fuego al nomos hegemónico, echando a latigazos a los mercaderes y cambistas del templo, que acuñan moneda ideológica. El cínico acuña su falsa moneda, una moneda con efigie hipersticional, inflaccionando el mercado del saber.


[1] Mainländer, Philipp, Philosophie der Erlösung, Band II, Hg. Von W. Müller-Seyfarth, Hildesheim u.a., 1999, Olma, pg. 344.

[2] Por chreia se entiende el conjunto de tradiciones anecdóticas sobre la vida de los cínicos y, especialmente, la de Diógenes de Sínope. El cinismo encontró en esta tradición biográfico-fictícia el mejor modo de transmitir el ideal cínico sin recurrir a luengos tratados ni a sesudos silogismos.

[3] Hiperstición, trad. de Grupo Límite, Materia Oscura, Madrid, 2021, pg. 19.

[4] Bracht Branham, R., “Invalidar la moneda en curso: La retórica de Diógenes y la invención del cinismo” en Los Cínicos, eds. Branham y Goulet-Cazé, Ariel, Barcelona, 2020, pg. 111.

[5] Ibidem, pg. 114.

[6] Ibidem, pg. 116.

[7] Ibidem, pg. 117.

[8] Ibidem, pg. 125.

[9] Hiperstición, pg. 22.

[10] Ibidem, pg. 32.

[11] Ibidem, págs. 32-33.

[12] Von Fritz, Höistad, Goulet-Cazé, “Le cynisme à l’époque impériale”, ANRW, 2, 36, 4, 1990, págs. 2726-2727.

[13] Parachatein to nomisma, literalmente, falsificar el nomisma spa, una tipo de moneda de la época, es el lema cínico que refiere a la pretensión de desvelar las tradiciones (o ficciones vigentes si nos ponemos hipersticionales) como falsas, o lo que es los mismo, demostrar que la verdad (social en este caso) es una ficción. Lo divertido de todo ello es que el mismo origen de este lema filosófico tiene su origen en una chreia según la cual Diógenes fue exiliado de Sinope por, precisamente, falsificar la moneda en curso.

MARISA ARRIBAS