De “El Ciempiés Humano” a “El Club Onania”. Tom Six, Georges Bataille y la schadenfreude
Por Abraham Cordero
Hace ya más de cinco años que tenemos constancia de que Tom Six, el director de la aclamada trilogía de “El Ciempiés Humano”, se encuentra dando forma a la que apunta a convertirse en su obra magna hasta el momento, una película capaz de remover la conciencia de aquellos que lograron visionar el resto de sus películas sin quedar plenamente conmovidos: El Club Onania [The Onania Club]. Se trata de una forma de hablar, por supuesto, puesto que si hay algo que indudablemente logra el director de cine neerlandés es sembrar una fuerte opinión de su obra allá por donde pasa, ya sea engendrando un séquito de complacientes aduladores que desmembrarían a su propia abuela con tal de poder ver diez minutos en exclusiva de su última película, como una turba enfurecida de censores y haters que piensan que lo mejor que podría pasarle es que algún santo —en un ejercicio de humor sin precedentes— le cosiese la boca y amputase las manos para evitar que continuase con su producción artística, previa quema de su obra, claro.
La obra de Tom Six la pasó canutas para lograr ser distribuida desde el primer momento, para posteriormente ser recompensada como uno de los mayores éxitos insurrectos de los últimos tiempos. El Ciempiés Humano, pese a quien le pese, es una obra de culto. Tras el choque inicial que puede asaltar al espectador, detrás del mero gore y los elementos escatológicos propios de la trilogía, Tom Six nos lanza un órdago: en aras de abordar su obra, hemos de suspender la moral.
El Ciempiés Humano no es simplemente una película de terror, tampoco cine gore, se trata de una comedia, asfixiando a la audiencia con un nihilismo recubierto con una fina capa de ironía gracias a una precisión quirúrgica magistral. No negaremos, eso sí, que lo importante es el shock, pero tras este se sitúan múltiples capas que marcan el contrapunto de la obra, que permiten que emerja la risa. Al igual que Bataille, Tom Six entiende que la única respuesta apropiada a la muerte, o a la constitución excrementicia del cuerpo humano, es la risa. Citando a Nick Land sobre Bataille: “la risa es lo que se pierde en el discurso, la hemorragia de la pragmática, entre la excitación y la obscenidad”[1].
¿Qué hay, por ejemplo, detrás de que un médico alemán cosa el ano de un japonés a la boca de una americana en un impulso por resarcirsede haber pasado toda su vida separando (gemelos siameses) para volver a unir? Por supuesto, una clara analogía a la Segunda Guerra Mundial, donde lo cómico reside en que “la cabeza del ciempiés” (Japón) es incapaz de entenderse con su Hacedor (Alemania), mientras que “la cola del ciempiés” ni siquiera tiene capacidad de hablar (Estados Unidos). No debe impresionarnos que Akihiro —el japonés— termine suicidándose tras no poder parar de reír frente al doctor alemán. La risa es una comunión con los muertos y, como aventura Land, “es la muerte misma quien encuentra una voz cuando reímos”[2]. La risa del japonés es la respuesta solar que el doctor alemán recibe a sus fútiles intentos por tratar de frenar el inexorable avance de la humanidad de vuelta al cero. El Ciempiés Humano es, simplemente, la exacerbación de la sed de sangre que Josef Heiter —el doctor— ha visto reprimida tras su cese como “doctor Mengele”. La separación da paso a una unión que acelera lo que pretendía venir a frenar, a saber, la muerte; la pérdida irremediable hace acto de presencia, impasible.
Es precisamente la cuestión del gasto la que mueve en todo momento a los personajes de la trilogía, alcanzando su cenit en la tercera parte, donde el ciempiés pasa a ser parte de un complejo capital-castigo donde la protagonista pasa a ser de forma más clara la eficiencia. El proceso aniquilador que nuestra especie trata de refrenar de forma ridícula es satirizado a través del sistema penitenciario estadounidense, mostrando las inigualables ventajas de castigar a los reos ingresándolos en un ciempiés humano (o una oruga humana desmembrada, en el caso de los condenados a cadena perpetua) para cumplir su condena; se logra así reducir la criminalidad (por el miedo a formar parte de tal monstruosidad) y también los costes (en talleres, en personal, en comida, etc.). La humanidad deviene ciempiés movida por el germen capitalista del gasto racional, “el capitalismo […] es (la proyección de) el rechazo al gasto más extremo posible”[3], y el ciempiés no es más que una trampa catalizadora de nuestra desaparición. Tal vez sería mejor decir que es el reflejo de nuestro anhelo más íntimo, y el impulso de perduración se nos aparece ahora como un simple medio para el fin, la vida como el laberinto de la muerte.
Ahora bien, y volviendo a lo que nos ocupa, hay otro elemento que guía la producción artística de Tom Six, y no es otro que la schadenfreude, el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación de otro. La perorata anterior era una simple forma de indiciar la proyección que realizamos constantemente de un anhelo propio en los demás, en este caso a través del cine. Es en la segunda película, que suele considerarse la más impactante por la crudeza de sus imágenes, la que lleva este sentimiento al extremo, hasta el punto de volverlo en nuestra contra y bloquearnos. Uno no puede sino sentir pena —y casi tratar de justificar— por el pobre y nauseabundo enano que protagoniza la segunda pieza de la trilogía; el elemento racional se abre paso para evitar que podamos degustar el grotesco tanteo de los límites de la depravación humana que nos ofrece la pantalla. Al fin y al cabo, ¿no se trata de un hombre superado por las circunstancias? Violado por su padre, despreciado y odiado por su madre, representa el estrato más bajo de la sociedad y desde el primer al último momento la forma en que desarrolla su sexualidad es, sí, asquerosamente impactante, pero, de alguna forma, “entendible”. Y sin embargo no nos quedamos conformes, no podemos disfrutar del todo, primero porque no podemos proyectarnos, solo “justificarlo”, y segundo porque hacerlo sería horrible, ¿verdad?
Aquí es donde entra en juego la nueva película de Tom Six, El Club Onania. Nuestro director ha estado ofreciéndonos exactamente lo que queríamos ver, incluso cuando lo que queríamos ver nos arrastraba irremediablemente a negar que eso era lo que realmente queríamos ver. Seamos sinceros, “El Ciempiés Humano 2” es el corazón de la trilogía, precisamente porque es la película que realmente nos conmueve y que rompe con la tranquilidad de la butaca de cine o el sofá de casa.
El Club Onania da una vuelta de tuerca a la schadenfreude, puesto que ya no pretende simplemente ofrecérnosla (1 y 3), ni incomodarnos haciéndola emerger a la luz (2), sino que se vuelve el elemento nuclear del filme, se nos ofrece (como objeto de) y, a la par, nos sobreviene.
El Club Onania nos pone en la piel de un grupo de mujeres blancas y ricas occidentales que (únicamente) encuentran placer en el sufrimiento ajeno. Los temas que la película trata son, al igual que sus antecesoras, chocantes cuanto menos: abuso infantil, cuestiones religiosas, crisis humanitarias, experimentación médica, la pobreza de África, etc. Y precisamente de la imposibilidad de encontrar placer en otra cosa nace el Club Onania, donde la masturbación ante la visión o la idea de dichos escenarios grotescos es el menor de los delitos morales.
¿Cuál es, pues, el problema? Al igual que El Ciempiés Humano en su día, la película no encuentra apoyo en su distribución y no puede ser estrenada. Sin embargo, nos encontramos ante un escenario diferente, Tom Six y su obra forman ya parte del imaginario cultural (no tiene, en principio, nada que demostrar), y las distribuidoras que en su momento dijeron “no tener miedo de tomar riesgos” o que “El Ciempiés Humano y su director son sencillamente brillantes”, ahora proclaman que “el mercado ha cambiado”, ¿qué ha cambiado exactamente? La corrección política es la enfermedad más extendida en nuestros días, el bloqueo de una sociedad reprimida que niega cualquier posibilidad de estudiar los límites de nuestra débil moralidad de cara al público al mismo tiempo que siempre encuentra vías de escape privadas a su patética represión, atenta para airear el escándalo ajeno como un arma para paliar cualquier impulso artístico en lugar de instrumentalizarlo como crítica. Como el propio Tom Six dice, no hay que vigilar la vida privada de un director de “películas de terror” cualquiera, sino pensar que hace a nuestras espaldas la gente que sólo degusta/dirige “películas románticas”. Esto, claro, no deja de ser una simple gracieta.
En cualquier caso, El Club Onania pretende dar cabida a una crítica a las abyecciones más oscuras de nuestro tiempo. Si eso nos incomoda, tal vez tengamos que pensar por qué lo hace.
#releasetheonaniaclub
[1] Land, Nick, Sed de Aniquilación, Segovia: Materia Oscura Editorial, 2021.